–¿Por qué ese árbol tiene
flores pegadas? ¿Es que no le salen solas? –dijo Michelle mirando a su hermano
mayor.
–La gente le pega flores
al árbol porque ahí ha muerto alguien. Así le recuerdan –en cuanto lo dijo se
arrepintió. No debía haber dicho “muerto”, debía haber dicho “tenido un
accidente” o algo más suave. O quizá debería haber inventado otra cosa, una historia
que no tuviera nada que ver. Ella aún era pequeña.
–¿Y por qué no le
recuerdan donde nació? Eso sería más bonito. Es muy triste acordarse todo el
rato de dónde murió un abuelito, un papá o una mamá, ¿A que sí?
–Sí –respondió él. Y la
verdad es que tenía mucha razón. Pensó que quizá la gente se revuelca tanto en
la muerte para intentar adaptarse a la nueva situación. Luego pensó en papá y
mamá, e intentó recordar dónde habrían nacido cada uno. Deseó que Michelle no
estuviera pensando también en papá y mamá.
–Deberíamos quitar esas
flores de ahí y pegarlas en el árbol donde nació –dijo ella sonriendo.
–Cariño, las han pegado
en el árbol porque murió ahí. No es que las flores se tengan que poner en los
árboles. Por ejemplo, si las quisiéramos poner donde nació, habría que pegarlas
a, no sé, una cuna de bebé o algo así. ¿Lo entiendes?
Michelle se quedó
pensando. Cuando pensaba siempre mordía la punta de su dedo índice y miraba tan
hacia arriba que parecía que estuviera intentando ver detrás de su propia
cabeza.
–Pero entonces –dijo ella
al fin–, ¿dónde van a pegar las flores cuando se muera el árbol?
[...]
(Pequeño fragmento)
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